5 jul 2020

Ambivalencia de la ciencia y la tecnología en el desarrollo del mundo actual

AMBIVALENCIA DE LA CIENCIA Y LA TECNOLOGÍA EN EL MUNDO ACTUAL 

 La ciencia y la tecnología, intrínsecamente vinculadas y sin solución de continuidad en las sociedades avanzadas contemporáneas, desempeñan un papel central por su importancia en las formas de estructuración social, cultural y política, por su decisivo impacto en la articulación de la actividad económica, así como por representar una forma de conocimiento y una posibilidad de actuar sobre la naturaleza, de alta sofisticación y complejidad. Por ello, y desde un enfoque macro, la tecnociencia ha conformado un referente crucial en la configuración de las instituciones típicas de las sociedades modernas. Y de la misma manera, desde el ámbito micro, ha fijado los valores y el sentido que en buena medida orientan nuestras acciones sociales. Dada esta base, no es extraño que las ideas sobre la ciencia y la tecnología hayan estado habitualmente dominadas por una consideración meliorativa de las mismas, a la que podemos etiquetar como concepción Ilustrada. En este sentido, la primera consideración que emergió de la ciencia arranca precisamente con la señalada Revolución Científica. La primera línea se vincula a la visión baconiana de la ciencia como fuente de abundancia. Con su obra La Gran Restauración (1620), Francis Bacon proclamó su deseo de progreso a partir de la aplicación de .la nueva ciencia, y señaló la necesidad de dotarla con una serie de recursos materiales y humanos. La idea, también sugerida por Bacon, de que el progreso de la civilización está directamente vinculado a la centralidad de la ciencia y la tecnología en nuestra cultura constituye el segundo eje de la imagen positiva de la tecnociencia. Esta noción alcanzó una poderosa fuerza intelectual con su apogeo durante el positivismo decimonónico, encabezado por Saint-Simon y Comte entre otros, que entendía la ciencia y la tecnología como la base de la acumulación y el progreso material e intelectual. La idea de que la ciencia y la tecnología, constituyen una actividad indudablemente acumulativa y progresiva constituirá el referente de la práctica totalidad de la filosofía moral y científica; y su influencia en el marco cultural e intelectual todavía alcanza nuestros días. 


 LA FUENTE DE LA AMBIVALENCIA ANTE LA TECNOCIENCIA 


 Cabe identificar la base estructural que posibilita una representación social ambivalente de la ciencia y la tecnología en la dualidad intrínseca, por un lado, la positiva posibilidad de constante innovación que se traduce en progreso, abundancia y mejora de la calidad de vida y, por otro, la negativa permanente posibilidad de alterar los supuestos de la vida natural, que alcanza sus extremos en la alteración de los ciclos básicos de la naturaleza y en la posible ausencia de orientaciones éticas con las que hacer frente a las realidades artificiales que la tecnociencia ha hecho posible. Por ello, en ocasiones las actitudes ante la misma son de apoyo y entusiasmo, y en otros casos la respuesta es la desconfianza, cuando no el enojo y el rechazo. En esta disyuntiva radica, a mi entender, la fuente de la permanente ambivalencia ante la tecnociencia, con independencia de su mayor o menor presencia en determinados contextos y momentos, y de que en cada dinámica histórica concreta las representaciones sociales de la ciencia y la tecnología pueda encauzarse en un mayoritario sentido meliorativo o peyorativo. Handlin (1980), el primero en sostener académicamente la tesis de la ambivalencia como forma de respuesta popular ante la ciencia y la tecnología, refirió que esta tensión dual ha existido en el pasado, vive en el presente y, seguramente persista en el futuro, dado que los individuos se sienten simultáneamente complacidos por los años adicionales de esperanza de vida. Sin embargo, la ciencia y la tecnología nunca conquistaron por completo las simpatías ciudadanas. No sólo porque persistían las creencias tradicionales populares, sino también porque estas fuerzas comenzaron a hacerse incomprensibles para la inmensa mayoría de la sociedad, que carecía de unos niveles básicos de instrucción educativa o de alfabetización tecnocientífíca. Algo que no sólo ocurría en la ciencia y en las nuevas respuestas que proporcionaba, por poner dos ejemplos, sobre el cielo (Einstein y la teoría de la relatividad) o la moral de las personas (Freud y el psicoanálisis), sino también sobre la tecnología presente en las fábricas. Así, frente a la energía hidráulica o el vapor que podían comprenderse directamente, Handlin (1980: 257) destaca que "en las fabricas construidas en 1900 los engranajes y las poleas ya no eran visibles. La energía se transmitía por cables y tubos (a menudo ocultos), y todo se hallaba cubierto y protegido de modo que la máquina diese la apariencia de ser autosuficiente y autónoma. El espectador ya no veía un aparato comprensible, sino una estructura cerrada operada por una fuente oculta de energía y de la cual salían determinados productos gracias a un proceso oculto. Si eran pocos los que podían entender cómo una corriente eléctrica que pasa por un cable puede originar luz y sonido o hacer girar las ruedas de grandes máquinas, menos eran aún los que comprendían los procesos involucrados en la aplicación tecnológica de conocimientos provenientes de la electro-química o de la física nuclear moderna a los instrumentos con los que trabajaban". De esta manera, la ambivalencia se convierte en una forma eficiente de neutralización de la complejidad, permitiendo que valores e ideas etiquetadas como incompatibles cohabiten sin tensión y que, en función de la connotación de cada momento y contexto social, puedan prevalecer alternativamente. Salvo aquellos actores con creencias y valores sólidos y arraigados, el resto sólo otorgan un valor determinado al objeto ante un problema preciso y en una situación histórica concreta. Con ello cabe establecer que los actores sociales acaban generando repertorios variados, e incluso opuestos entre sí, de creencias para referirse a un mismo objeto, puesto que ello les permite una capacidad activa de discriminación y juicio ante distintos problemas y situaciones. En suma, puede concluirse que en las sociedades avanzadas occidentales la tecnociencia ha conseguido un alto nivel de penetración en sus diversos ámbitos y con ello, ha conformado un crucial vector que es sometido a una evaluación crítica continua por un público que espera obtener continuos beneficios, a la vez que cada vez está más alerta sobre la posibilidad de encontrar, en sus numerosas y variadas actividades, problemas y perjuicios en aspectos determinados y casos concretos. El resultado final es la activación, cada vez en mayor medida, de un discurso explícito ambivalente en las sociedades contemporáneas ante la ciencia y la tecnología.